01 Ago 2011
Fue una mañana más, de esas que el
asedio de la rutina atormenta, cuando mi buen amigo y compañero Sergio se
acercó a mí, y me comentó en voz baja:
- ¿Te gustaría venirte a mi casa el
sábado? ... nos reuniremos unos pocos amigos del trabajo... es por vernos fuera
de todo esto... por pasar un rato desinhibidos .-
Desinhibido... aquella palabra me
gustaba, porque últimamente, más que jamás en mi vida, sentía la necesidad de
estarlo.
También me agradó el hecho de que
me contase entre aquellos pocos elegidos entre los que, de modo alguno, no le
importaba compartir su intimidad.
Y lo que en realidad más me atraía
de aquella invitación, era poder al fin conocer aquel magnífico casoplón, del
que tanto mi amigo me había contado, con ese brillo especial que mostraban sus
ojos cuando me narraba los avances de aquella obra, que me hacían adivinar que
estaba construyendo mucho más que un hogar... lo que estaba construyendo no era
ni más ni menos que un sueño. Y si algo he aprendido es que siempre merece la pena
de ver un sueño concluido.
Eran demasiadas las razones que me
hicieron aceptar sin dudarlo, y observé que le alegró mi decisión.
Pasaron los días, y a la hora
prevista, después de varias vueltas en balde, y llamarle unas pocas de
groserías a la voz de fémina que emitía mi GPS , acabé aporreando nervioso la
puerta de aquella hermosa Villa.
Enseguida me abrieron los
anfitriones, Sergio y Susana, y sabiendo ejercer de tales magníficamente, nos
cedieron el paso orgullosos, a mi mujer y a mí; a aquel maravilloso lugar que
con tanto trabajo y empeño habían construido.
Entonces fue cuando aprecié que
aquel confortable patio, coronado con una original piscina, albergaba un montón
de manos que enseguida se extendieron hacia mí, y unas caras conocidas, pero
nunca exultantes como ahora, sino con el peso de la monotonía y la presión
dibujados.
Eran aquellos compañeros, esos que
a veces catalogas por cuatro fotos en sus mesas de trabajo, y la falta o exceso
de cortesía en sus correos electrónicos.
Aquella esquina de la calle
Violeta, al que había que añadir el encanto de todos los sitios que cuestan
trabajo encontrar, nos había reunido a todos, hombres y mujeres de sonrisas
sinceras que íbamos a compartir un rato de nuestras vidas, un rato más...
porque de un modo u otro, los que allí nos dábamos cita, en realidad
compartíamos casi toda nuestra vida.
Pero aquellos eran momentos muy
especiales. Ningún yugo laboral nos ataba... ese tiempo que estuvimos juntos en
el que pasaron las horas pero los relojes estaban parados... que ni tan
siquiera los móviles osaron mancillar... y que todos los allí presentes
sabíamos que valía más que el oro, nos mostró cómo éramos... seres humanos que
ofrecían y recibían amistad... olvidando rencillas antiguas... discusiones del
día a día que la agresividad que genera la supervivencia provoca.
Aquella tarde, que se prolongó
hasta la noche, en la que todos reímos, jugamos, bromeamos, comimos y
bebimos... y que hasta cambiamos la rueda pinchada de unos de los del grupo, en
menos de cinco minutos, sin más ayuda que los cuatro cubatas que llevábamos
encima y la camaradería recién surgida y que le faltaban horas para ser
extinta.
Luego seguimos... comiendo...
riendo... bromeando, hasta muy entrada la noche, sin tregua... sin sentirnos
ofendidos... sin temer al ridículo... libres y felices, sin ser un engranaje de
nada, ni manejados por las circunstancias.
A ratos me quedé parado,
distante... queriendo saborear aquellos momentos donde la rutina no tenía
cabida y por lo tanto no espantaba el sentimiento.
Cuando llegó el momento de
abandonar aquella encantadora casa y a sus atentos propietarios, que fueron
capaces de hacernos sentir como si estuviésemos en la nuestra, a todos nos
costó despedirnos.
Gracias Sergio y Susana porque la
vida nos sonrió un poco a todos, aquel día en la calle Violeta... y por
desgracia la vida no es muy de sonreír.
javierdemurga dijo
Estimado José Luís: Un buen ejemplo de convivencia,
entre compañeros, fuera del trabajo. Creo que se podría considerar "un
ensayo social", afortunadamente resultó bién. Ha mantenido en todo momento
mi curiosidad por saber de qué trataba esa deshibición.
Un abrazo.
FELIZ AÑO NUEVO.
Xabier.
FELIZ AÑO NUEVO.
Xabier.
vahotenue dijo
una experiencia, que sirve para certificar mi teoria,
de que los seres humanos modernos, desarrollamos más de una personalidad,
depende del rol que le toque vivir y la calle violeta da fé de ello, ya no os
mirareis nunca más como desconocidos compañeros de trabajo. Un sabia lección de
humanidad.
Un saludo y que acaben bien las fiestas para el clan
de la calle violeta. Buena sfiestas José Luis, de tu amigo toni
Buenas Xabier . Felicidades a ti también , disculpa mi
tardanza.
Esa deshinibición a la que me refiero, es la que se
produce cuando te encuentras en un lugar donde ser espontáneo no puede pasarte
factura... donde puedes bajar la guardia, ya que en tu puesto de trabajo, según
la actividad, no siempre puede mostrarse uno tal como es.
Un abrazo.
Gracias Toni, y felicidades para ti también , se que
voy tarde, pero no vi tu comentario.
Un abrazo.
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