20 Ago 2010
Levantar la vista de un buen libro y divisar un mercante con toda la
candelería encendida... disfrutar con la mecida de una baliza y los destellos
arrítmicos que esta traza en la mar calma, me hacen disfrutar el momento, por
ello siempre que puedo leo cara a la costa, cerca... muy cerca del mar.
De cualquier manera cuando abro un libro y el paisaje se torna tan
encantador como el de esta noche, presagio que será una lectura corta y poco
provechosa, ya que las circunstancias no tardarán en abstraerme en mis pensamientos,
y terminaré haciendo algo que aún me causa más placer, plasmar mis sensaciones
muy particulares en un blog de hojas ecológicas que uno que pudo ser buen
amigo, y no lo entendí como tal en su momento, y años atrás... recapacito y
comprendo que tuvo la voluntad de serlo, me fabricó según mi demanda, y me
regaló junto a una sonrisa y sus mejores deseos de que no abandonara esto de la
escritura.
Ahora mismo miro el dibujo de una orilla sinuosa, comienza a anochecer, y
la vida cobra formas nuevas, formas que se acercan a ser mágicas, arropadas por
el dosel de una línea de farolas que derraman una luz amarillenta.
Féminas de todas las edades cobran esa belleza tan especial que el día, el
estrés, los niños y el trabajo sin tregua en la calle, o el mal valorado en la
casa, les arrancaron, y que ahora relajadas, y con una tez que cobra un barniz
peculiar, que en más o menos proporción el verano se ha encargado de
aportarles, y esos ojos, bañados por una luna que insiste en mirarse en los
espejos de sus córneas, les dan toda la intensidad que merecen, invitándolas a
participar en el sutil espectáculo de magia y matices del que tengo la fortuna
de ser espectador.
Sigo observando y admirando los detalles que la naciente noche me ofrece.
Me encuentro con la playa, que entre las últimas claras del día agonizante, me
permite divisar las caprichosas formas de sus dunas hasta un horizonte
conquistado por la oscuridad, del que metros atrás emergen como fantasmas los
bigotes blancos del rompeolas.
Es hermosa mi ciudad y su costa. Ahora se me viene a la cabeza su catedral,
tan linda como la que más, capaz de inspirar devoción hasta aquellos que
empeñaron su fe o no la encontraron nunca. Y esa alcazaba, que iluminada y
majestuosa, muestras a los forasteros que acceden por el mar a nuestra tierra,
un ejemplo de fina belleza y clase. Y el Paseo del Parque, con aquellos árboles
centenarios que lo convierten en un templo de frescura.
Todo es hermoso en Málaga. Y sus gentes, entre las que la palabra
hospitalidad siempre fue un denominador común. Y esa feria donde todo el mundo
es bienvenido y convertido en amigo... y en hermano, tras compartir un par de
copas y algún baile.
Alguien me dijo alguna vez que exaltar a Málaga como lo hago, lo heredé de
mi madre.
Sin duda nunca nadie pudo recompensarme mejor que piropeándome de esa
manera.
Podría decir tantas cosas, y tan maravillosas de mi madre que tendría que
rellenar mi pluma cientos de veces para plasmarlas.
Es una gran mujer. Que además de saber como nadie mantener el equilibrio de
una familia tan variopinta como la mía, tiene una facultad que siempre le
envidié. Dice las cosas sin pensar... no es que sea incapaz de pensarlas antes
de decirlas, (es una mujer inteligente y juiciosa), es que prefiere no hacerlo.
Tiene la valentía de decir lo que le sale del corazón y no de la cabeza, y
siempre... durante toda mi vida, la recuerdo afrontando consecuencias por ello.
Yo jamás he tenido las agallas de imitarla.
Dirijo mi mirada ahora al puerto de mercancías, donde los operarios trabajan
frenéticamente.
Pienso las ideas que cada uno guarda en su cabeza mientras desarrollan su
actividad. El peso de una familia que mantener... una hipoteca que pagar...
afrontar y combatir una crisis, tan dura como se tercia, en un país donde la
clase política no son más que incapaces y vividores.
De repente un estruendoso ruido de panderetas aporreadas sin ritmo ni
cadencia alguna reclama mi atención. Un negro embutido en un traje de verdiales
mueve los brazos, palmotea y salta de modo espasmódico, con objeto de reclamar
la atención de los clientes de una terraza cercana y reclamarles algún
donativo.
Quizás no se puede decir negro... bueno pues digo de color... un tipo de
color y travestido tocando una pandereta. Que absurdas las leyes no escritas de
lo políticamente correcto respecto al racismo y sus matices, que no hacen más
que poner las cosas más difíciles.
Y hablando de cosas difíciles, la vida del inmigrante en cuestión, que
opino que le importa bien poco el cómo lo denominemos, no está su bienestar en
la sutileza de como lo tratemos, total, y perdonen la malsonante expresión,
nunca antes estuvo tan jodido en nuestra tierra como ahora... recordemos que
pide limosna vestido de mujer... está igual que en su tierra, solo que allí no
llevaba faldas. Hace poco, cuando la burbuja inmobiliaria todavía no había
estallado derramando paro e incertidumbre por todas partes, trabajaba doce
horas diarias, pero ganaba una pasta dirigiendo volquetes en las obras del
metro. Conoció la bonanza... se compró un BMW de esos antiguos que gastaban
mucha gasolina, lo tuneó, y cada noche fardaba con él un rato junto a sus
colegas en la Plaza de Bailén.
Viéndolo todo maravilloso se trajo a su parienta del otro lado del mar... y
sus tres churumbeles... porque allí hacer bebés era el deporte nacional. Les
compró una bicicleta a cada niño... la más grande de la tienda... aunque los
angelitos no se pudieran ni subir. A la mamita le compró un top de tigre,
minifalda y bolso a juego, para poder lucirla en el BMW. Jamás soñó una vida
tan opulenta.
Y de pronto una noche ve a Pedro Piqueras en la tele, con gesto
pesimista... vaticinando la crisis que amenazaba... no le prestó atención...
apagó el plasma y se retiró con la parienta a ver si hacían un pequeñín
español.
Al poco lo despidieron de la obra. Le dieron cuatro duros y su casco
sudado. Con él bajo el brazo se fue a pedir trabajo a otra obra... y a otra...
nada... luego probó en los polígonos... en los almacenes, nadie estaba por
contratar... maldito Pedro Piqueras, se decía... por qué tuvo que decir eso por
la tele.
Luego el casero quería cobrar su alquiler... como no había dinero pagó su
mujer, utilizando sus encantos y el trajecito de leopardo. Dicha moneda de
cambio tan sólo les sirvió un par de meses, acabaron compartiendo piso con
otros hermanos... y todo siguió cuesta abajo, y ahora él y su decadente familia
comen tres días a la semana con las limosnas que recibe cuando interpreta su
deplorable espectáculo. No... al fin y al cabo no creo que le moleste demasiado
que le llamen negro en vez de inmigrante.
Una niña de coletas rubias patina por delante del banco que ocupo,
tropieza, y sonríe a su madre que la mira con gesto recriminatorio, cuanta vida
le queda... que verá ella que no yo, me pregunto. ¿Será esa la niña que
mencionaba Rajoy en su lastimoso debate?... quisiera advertirla de lo que no
debe hacer jamás y de lo que debe hacer cuanto antes, y de que durante toda su
vida duerma poco, y disfrute de cada momento en su justa medida, y que tenga en
cuenta que lo prohibido no siempre es malo.
Supongo que sus padres ya la habrán advertido de todo esto, y ella ya se
encargará de no hacerles caso. Caer y levantarse es lo más excitante que tiene
la vida.
Paso la hoja de mi libro... está demasiado oscuro para leer... voy a
dejarlo por hoy... llevo toda la tarde en este banco del Paseo Marítimo
leyendo... estoy cansado.
popochan dijo
Qué excelente compañía, el mar y un libro.
Gracias a tí me he pegado un agradable paseo por Málaga, que siempre me pareció una joya del Mediterráneo. De pronto, por la forma de expresarte,
he comprendido que la gente de por aquí, con tanta furia en el trabajo y en el ahorro,
se pierden lo mejor de la vida..., además, muchas de esas cosas son gratuítas...
de momento!
Un abrazo de tu diligente colega, Popochán.
Gracias a tí me he pegado un agradable paseo por Málaga, que siempre me pareció una joya del Mediterráneo. De pronto, por la forma de expresarte,
he comprendido que la gente de por aquí, con tanta furia en el trabajo y en el ahorro,
se pierden lo mejor de la vida..., además, muchas de esas cosas son gratuítas...
de momento!
Un abrazo de tu diligente colega, Popochán.
Un brazo amigo, me alegra poder acompañarte un rato
por aquí, de la misma manera que tu me ofreces tan buenos ratos, en tantas
ocasiones, mostrándome el otro lado del mundo.
merhum dijo
Me gusta lo que cuentas y sobre todo cómo lo cuentas.
Te felicito. Es un placer leerte. Saludos
fernandomaria dijo
Nada más apetecible que leer con el sonido del mar de
fondo. Me gusta que cuentes las excelencias de tu ciudad, eso siempre es bueno.
Me gusta lo que escribes.
Un abrazo, José Luís.
Me gusta lo que escribes.
Un abrazo, José Luís.
Gracias Merhum, es un honor que me leas, y un halago
que te guste.
Saludos.
Gracias amigo Fernando. Si que es cierto que es
relajante leer junto al mar... pero ahora en verano, con tanto movimiento,
tendré que buscar un lugar más apartado para hacerlo... porque se me va la
cabeza con los acontecimientos que me rodean.
Un abrazo.