viernes, 28 de noviembre de 2014

Leyendo junto al mar

20 Ago 2010

Levantar la vista de un buen libro y divisar un mercante con toda la candelería encendida... disfrutar con la mecida de una baliza y los destellos arrítmicos que esta traza en la mar calma, me hacen disfrutar el momento, por ello siempre que puedo leo cara a la costa, cerca... muy cerca del mar.
De cualquier manera cuando abro un libro y el paisaje se torna tan encantador como el de esta noche, presagio que será una lectura corta y poco provechosa, ya que las circunstancias no tardarán en abstraerme en mis pensamientos, y terminaré haciendo algo que aún me causa más placer, plasmar mis sensaciones muy particulares en un blog de hojas ecológicas que uno que pudo ser buen amigo, y no lo entendí como tal en su momento, y años atrás... recapacito y comprendo que tuvo la voluntad de serlo, me fabricó según mi demanda, y me regaló junto a una sonrisa y sus mejores deseos de que no abandonara esto de la escritura.
Ahora mismo miro el dibujo de una orilla sinuosa, comienza a anochecer, y la vida cobra formas nuevas, formas que se acercan a ser mágicas, arropadas por el dosel de una línea de farolas que derraman una luz amarillenta.
Féminas de todas las edades cobran esa belleza tan especial que el día, el estrés, los niños y el trabajo sin tregua en la calle, o el mal valorado en la casa, les arrancaron, y que ahora relajadas, y con una tez que cobra un barniz peculiar, que en más o menos proporción el verano se ha encargado de aportarles, y esos ojos, bañados por una luna que insiste en mirarse en los espejos de sus córneas, les dan toda la intensidad que merecen, invitándolas a participar en el sutil espectáculo de magia y matices del que tengo la fortuna de ser espectador.
Sigo observando y admirando los detalles que la naciente noche me ofrece. Me encuentro con la playa, que entre las últimas claras del día agonizante, me permite divisar las caprichosas formas de sus dunas hasta un horizonte conquistado por la oscuridad, del que metros atrás emergen como fantasmas los bigotes blancos del rompeolas.
Es hermosa mi ciudad y su costa. Ahora se me viene a la cabeza su catedral, tan linda como la que más, capaz de inspirar devoción hasta aquellos que empeñaron su fe o no la encontraron nunca. Y esa alcazaba, que iluminada y majestuosa, muestras a los forasteros que acceden por el mar a nuestra tierra, un ejemplo de fina belleza y clase. Y el Paseo del Parque, con aquellos árboles centenarios que lo convierten en un templo de frescura.
Todo es hermoso en Málaga. Y sus gentes, entre las que la palabra hospitalidad siempre fue un denominador común. Y esa feria donde todo el mundo es bienvenido y convertido en amigo... y en hermano, tras compartir un par de copas y algún baile.
Alguien me dijo alguna vez que exaltar a Málaga como lo hago, lo heredé de mi madre.
Sin duda nunca nadie pudo recompensarme mejor que piropeándome de esa manera.
Podría decir tantas cosas, y tan maravillosas de mi madre que tendría que rellenar mi pluma cientos de veces para plasmarlas.
Es una gran mujer. Que además de saber como nadie mantener el equilibrio de una familia tan variopinta como la mía, tiene una facultad que siempre le envidié. Dice las cosas sin pensar... no es que sea incapaz de pensarlas antes de decirlas, (es una mujer inteligente y juiciosa), es que prefiere no hacerlo. Tiene la valentía de decir lo que le sale del corazón y no de la cabeza, y siempre... durante toda mi vida, la recuerdo afrontando consecuencias por ello. Yo jamás he tenido las agallas de imitarla.
Dirijo mi mirada ahora al puerto de mercancías, donde los operarios trabajan frenéticamente.
Pienso las ideas que cada uno guarda en su cabeza mientras desarrollan su actividad. El peso de una familia que mantener... una hipoteca que pagar... afrontar y combatir una crisis, tan dura como se tercia, en un país donde la clase política no son más que incapaces y vividores.
De repente un estruendoso ruido de panderetas aporreadas sin ritmo ni cadencia alguna reclama mi atención. Un negro embutido en un traje de verdiales mueve los brazos, palmotea y salta de modo espasmódico, con objeto de reclamar la atención de los clientes de una terraza cercana y reclamarles algún donativo.
Quizás no se puede decir negro... bueno pues digo de color... un tipo de color y travestido tocando una pandereta. Que absurdas las leyes no escritas de lo políticamente correcto respecto al racismo y sus matices, que no hacen más que poner las cosas más difíciles.
Y hablando de cosas difíciles, la vida del inmigrante en cuestión, que opino que le importa bien poco el cómo lo denominemos, no está su bienestar en la sutileza de como lo tratemos, total, y perdonen la malsonante expresión, nunca antes estuvo tan jodido en nuestra tierra como ahora... recordemos que pide limosna vestido de mujer... está igual que en su tierra, solo que allí no llevaba faldas. Hace poco, cuando la burbuja inmobiliaria todavía no había estallado derramando paro e incertidumbre por todas partes, trabajaba doce horas diarias, pero ganaba una pasta dirigiendo volquetes en las obras del metro. Conoció la bonanza... se compró un BMW de esos antiguos que gastaban mucha gasolina, lo tuneó, y cada noche fardaba con él un rato junto a sus colegas en la Plaza de Bailén.
Viéndolo todo maravilloso se trajo a su parienta del otro lado del mar... y sus tres churumbeles... porque allí hacer bebés era el deporte nacional. Les compró una bicicleta a cada niño... la más grande de la tienda... aunque los angelitos no se pudieran ni subir. A la mamita le compró un top de tigre, minifalda y bolso a juego, para poder lucirla en el BMW. Jamás soñó una vida tan opulenta.
Y de pronto una noche ve a Pedro Piqueras en la tele, con gesto pesimista... vaticinando la crisis que amenazaba... no le prestó atención... apagó el plasma y se retiró con la parienta a ver si hacían un pequeñín español.
Al poco lo despidieron de la obra. Le dieron cuatro duros y su casco sudado. Con él bajo el brazo se fue a pedir trabajo a otra obra... y a otra... nada... luego probó en los polígonos... en los almacenes, nadie estaba por contratar... maldito Pedro Piqueras, se decía... por qué tuvo que decir eso por la tele.
Luego el casero quería cobrar su alquiler... como no había dinero pagó su mujer, utilizando sus encantos y el trajecito de leopardo. Dicha moneda de cambio tan sólo les sirvió un par de meses, acabaron compartiendo piso con otros hermanos... y todo siguió cuesta abajo, y ahora él y su decadente familia comen tres días a la semana con las limosnas que recibe cuando interpreta su deplorable espectáculo. No... al fin y al cabo no creo que le moleste demasiado que le llamen negro en vez de inmigrante.
Una niña de coletas rubias patina por delante del banco que ocupo, tropieza, y sonríe a su madre que la mira con gesto recriminatorio, cuanta vida le queda... que verá ella que no yo, me pregunto. ¿Será esa la niña que mencionaba Rajoy en su lastimoso debate?... quisiera advertirla de lo que no debe hacer jamás y de lo que debe hacer cuanto antes, y de que durante toda su vida duerma poco, y disfrute de cada momento en su justa medida, y que tenga en cuenta que lo prohibido no siempre es malo.
Supongo que sus padres ya la habrán advertido de todo esto, y ella ya se encargará de no hacerles caso. Caer y levantarse es lo más excitante que tiene la vida.
Paso la hoja de mi libro... está demasiado oscuro para leer... voy a dejarlo por hoy... llevo toda la tarde en este banco del Paseo Marítimo leyendo... estoy cansado.

popochan dijo
Qué excelente compañía, el mar y un libro.
Gracias a tí me he pegado un agradable paseo por Málaga, que siempre me pareció una joya del Mediterráneo. De pronto, por la forma de expresarte,
he comprendido que la gente de por aquí, con tanta furia en el trabajo y en el ahorro,
se pierden lo mejor de la vida..., además, muchas de esas cosas son gratuítas...
de momento!
Un abrazo de tu diligente colega, Popochán.
Un brazo amigo, me alegra poder acompañarte un rato por aquí, de la misma manera que tu me ofreces tan buenos ratos, en tantas ocasiones, mostrándome el otro lado del mundo.
merhum dijo
Me gusta lo que cuentas y sobre todo cómo lo cuentas. Te felicito. Es un placer leerte. Saludos
Nada más apetecible que leer con el sonido del mar de fondo. Me gusta que cuentes las excelencias de tu ciudad, eso siempre es bueno.
Me gusta lo que escribes.
Un abrazo, José Luís.
Gracias Merhum, es un honor que me leas, y un halago que te guste.
Saludos.
Gracias amigo Fernando. Si que es cierto que es relajante leer junto al mar... pero ahora en verano, con tanto movimiento, tendré que buscar un lugar más apartado para hacerlo... porque se me va la cabeza con los acontecimientos que me rodean.
Un abrazo.




jueves, 27 de noviembre de 2014

Eternamente jóvenes


16 Ago 2010

Aquella noche decidimos bajar a la discoteca del hotel donde pasábamos las vacaciones.
Nuestra intención no era otra que tomar unas copas con unos buenos amigos, conscientes de que tipo de discoteca era aquella, la de un hotel familiar donde la mayor parte de los que danzaban, entre las alegres luces y el humo artificial, eran en su mayoría niños, que más que bailar jugaban, y sus resignadas madres que movían las caderas fatigadas y estresadas, con las desgana propia de quien lleva todo un largo día martirizadas por aquellas pequeñas fierecillas.
Tampoco faltaba el clásico imbécil atrevido, sin miedo alguno al ridículo, que después de endosarse cinco cervezas, amortizando así el régimen de todo incluido, saltaba al escenario, y a fuerza de culazos y empujones se situaba donde pudiéramos, nosotros, el público, disfrutar de su danzar, convencido de que los chicos del ballet de Fama tenían mucho que envidiarle, cuando en realidad aquellos movimientos arrítmicos, más parecidos a espasmos involuntarios que a cualquier otra cosa, acababan haciéndolo blanco de nuestras críticas y protagonista de nuestros chistes.
Pedimos nuestras copas, y nos acomodamos cerca de la pista, los más cercano posible al imbécil, con el ánimo de sacar todo el partido posible a sus espectaculares y lamentables piruetas.
De repente empezó a sonar un tango, algo insólito y que me llamó la atención, y si bien el imbécil continuó su baile, abrazándose a sí mismo, (total ese a esas alturas y con la carga etílica que portaba, era capaz de bailar hasta la danza de los siete velos), pude observar como detrás, muy atrás, modestamente, ocupaba una reducida esquina del escenario una pareja de ancianos.
Ambos de pelo canoso, el vestía una camisa amarilla y unos pantalones crudos, calzaba unos mocasines sin calcetines. Ella tenía un traje blanco con flores rojas, y calzaba unos altos tacones, (demasiado para su edad me dije en un primer momento), también de color carmesí.
Sus cuerpos, a pesar de lo avanzado de sus edades, que se evidenciaba en los pliegues de sus rostros, eran estilizados, y el gusto derrochado en su indumentaria consiguió de inmediato captar mi atención. Pero cuando comenzó a sonar aquél melancólico tango, se soltaron por aquella pequeña pista y se dejaron llevar, eso sí, clavándose las miradas sin que ningún otro de los que compartían aquél hermoso momento le hicieran sombra alguna. Las madres recogieron a sus hijos que jugaban y el gracioso fue retirado casi en volandas por un par alemanes de dos metros que ensimismados, compartían la hermosa visión de aquellos dos bailarines.
De repente caí en la cuenta de que verlos bailar fue lo más maravilloso que me había ocurrido en aquellas vacaciones, y mi cerebro que se alía a cualquier soplo de aire fresco que es capaz de secuestrarlo la monotonía de la realidad, empezó a soñar sobre ellos, y más que los miraba, más que los descubría.
Sus miradas, y sus medias sonrisas los denotaban orgullosos de su baile... contentos de haber conseguido que el gracioso ocupara su taburete de la barra, y volviese a hundir su prominente nariz en un vaso de tubo. Orgullosos de que yo y otros tantos los mirásemos emocionados, y envidiásemos su buen hacer.
Terminó aquel baile... y desperté de aquello que me parecía un sueño. El público aplaudió entusiasmado, y ambos se marcharon respondiendo con una sonrisa y un gesto.
Ocuparon una mesa cercana a la mía... en la penumbra de las velas observé cómo se cogían de las manos y compartían una copa de champán. De repente lo comprendí, me di cuenta que aquella era una pareja de jóvenes... de que jamás llegarían a ser ancianos.

lo he visualizado, estaba alli contigo ensimismado, quedo con una sonrisa en los labios, no por el baile en si sino por la juventud de los ancianos que hace que hasta los niños del antro sean mayores que ellos. un engarce perfecto con puntadas de hilo dorado. un gusto leerte
un saludo
Muchas gracias hunterhuntermatt, a veces la vida te da sorpresas tan maravillosas como ese baile, y te enseña que aunque nada es eterno, cumplir años es una cosa y envejecer otra.
Saludos.
Que envidia !!!!
Esa es la última etapa a la que me gustaria llegar a mi, no tengo miedo a la muerte, tengo miedo a no tener fuerzas o mente para enfrentarme a ella.
Buen post
Salu2
Loli dijo
Hola José Luis;
Entonces perdonamé también tú a mí.http://lacomunidad.elpais.com/trunk/images/wysiwyg/emoticon_2.gif
Gracias por tu visita y comentario, de veras,
además... así me has dado la posibilidad
de poder "leerte", y... me ha gustado.
Vuelve cuando quieras por favor.
Un Saludo
Loli.
Antonio Jose, la muerte es inevitable, pero hemos tener el propósito de no recordarla, y aferrarnos a la juventud y el optimismo... cuando tenga que llegar, llegará... pero podremos enfrentarla después de una vida plena.... bailando un dulce baile... mirando una puesta de sol... o en una triste cama de un hospital...
y cuando venga a arrancarnos nuestro último aliento, le miraremos a la cara con una irónica sonrisa, para que pueda ver que con su sombra no fue capaz de eclipsar nuestra vida.
Un abrazo
Pues bienvenida Loli. Cuando quieras ya sabes donde encontrarme... yo también iré a verte a menudo.
Saludos.
merhum dijo
Un momento inolvidable, hermoso y tierno. Me has hecho recordar una noche en el restaurante de un hotel de Benalmádena. Yo, con 17, estaba de viaje fin de curso, a lo loco como se suele ir (dentro de los límites del tardofranquismo) y me llamó la atención una pareja de ancianos que cenaban cogidos de la mano y mirándose con mucha ternura. Nunca había visto una escena así y nunca la he olvidado. Saludos.
Esa escena es ciertamente maravillosa amiga Merhum... nos enseña que existe el amor de verdad, que el tiempo no hace mella en él... y que es maravilloso.
un saludo amiga.
Amigo libertadveinte, perdóname que discrepe, pero te veo entre aquellos que son como estos bailarines... alguien cuya alma no envejece... alguien que no entiende que la edad sea impedimento para crear... para vivir intensamente... para emprender o mantener causas.
Sigue siendo como eres, y no permitas que nadie te convenza de que tu edad pueda ser determinante para dejar de ser joven.
Salud amigo.