martes, 15 de septiembre de 2015

Pepe el caminante

La tarde se hace noche bajo un cielo anaranjado, sobre una mar mansa como un espejo, en el que se refleja alguna nube quemada por el sol extinto.
Contemplar ese paisaje, sin más, ya hace que merezca la pena conducir los catorce kilómetros que me separan de aquél lugar. Es un paisaje digno de convertirse en una fotografía premiada, o de ser plasmado en el lienzo inmaculado de algún pintor de marinas.
Sin embargo no es eso lo que me hace frecuentar aquel lugar.
Cada tarde, y tras el caluroso día, a la hora en que el verano empieza a dar una tregua y la brisa marina a cobrar frescor, Pepe comienza a caminar por aquel lugar; el Paseo marítimo de la Cala del Moral.
Camina cada día, desde hace mucho tiempo atrás. Va con paso rápido y decidido, a pesar de sus setenta y muchos años, como queriendo disfrutar de tanta belleza antes de que la noche lo convierta todo en el antojo de la luz tenue de unas farolas.
Disfrutar de ese paseo y de esos particulares atardeceres es para Pepe uno de los mejores momentos del día, muy grande ha de ser el contratiempo para que no se calce sus ajados tenis blancos, y camine hasta el acantilado a presentar sus respetos a aquella Virgencita del Carmen, que nació nadie sabe cómo, en la oquedad de una roca, y a la que acabó construyéndosele una capilla que incluso fue bendecida por el párroco local.
Y es que Pepe es un hombre de comunión diaria, que no concibe la vida sin un Dios y una Iglesia; aunque desde mi respeto a veces discrepemos, al final, quizás sea todo que envidio su fe.
Mis hermanos, mi madre y yo solemos reunirnos a tomar el fresco en un banco situado en el intermedio de su paseo. De todos, yo soy el menos habitual en acudir a esa cita. Todos lo vemos volver... vuelve cansado y con el rostro desencajado, y en su vuelta, cuando nos alcanza su vista, en su cara se dibuja un matiz de alegría. Luego se sienta un rato entre nosotros y compartimos risas y chanzas, que por muy mal que se haya dado el día, acaban siempre surgiendo.
A veces me pregunto mientras le espero, por qué no heredé su fe, ya que Pepe es mi padre, y subo a esa Virgen del acantilado para rogar por que sean muchos los años en que todos nosotros esperemos en ese banco la vuelta de Pepe… de Pepe el caminante.


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