Cuando uno cree que se le apaga un poco
el alma y el camino se hace demasiado cuesta arriba para poder seguir
afrontándolo, sin un cabo donde agarrarse, sin un recodo en donde tomar
resuello; puede que por un milagro, o simplemente porque la vida es así, diseñada para ofrecerte un equilibrio en tus
desdichas y alegrías, permitiendo que no perezcas en el intento de vivirla; en
el momento más tenso tiene la generosidad de hacerte un guiño, para que no caigas...
para que sigas subido… aferrado a ella. Ese guiño, para algunos, fue Adriana.
Nació hace unos días, y sin ella
saberlo, encendió una lucecita en la vida de todos nosotros, los que la
esperábamos ansiosos. Vino al mundo linda... paciente... tranquila, sin
protestar casi, a diferencia de muchos recién nacidos que cuando un desconocido,
ataviado con una bata los recibe en un lugar frío a base de cachetes,
despojándolos casi brutalmente del calor y la protección de las entrañas de su
madre, no dudan en arrancarse en un ruidoso llanto que unos llaman reflejo,
pero que quizá obedezca a la desazón de entender que nunca más volverán a gozar
de tan ideales circunstancias.
No, no es su caso... ella vino al mundo
sin alborotar, sin molestar a nadie. Pareciera más bien que traía la lección
bien aprendida de que en esta tierra lo más inteligente es pasar desapercibida.
Cuando la vi por primera vez se me
antojó levantarla en mis brazos. Jamás fui capaz de coger a un niño tan
pequeño, siempre me pudo el miedo a lastimarlos, pero algo... quizá su
tranquilidad... su placidez, me impulsaba a hacerlo. Mis dos manos eran toda
ella... se mostraba tan vulnerable y a la vez tan confiada...
Pero cuando abrió sus ojitos rajados y
me clavó la mirada, noté que era grande y muy fuerte. Mucho más que todos los
que andábamos por allí, celebrando su nacimiento, y comprendí que aquel menudo
cuerpecito al que arropaban las cuencas de mis manos, trajo regalos para todos
nosotros. Despertó mi alma dormida el contemplar su mirada serena, esa que
dicen los entendidos que con esas pocas horas de vida aún es transparente, y
que sin embargo impactó en mi interior desbocándome dentro un sentimiento que
anudó mi garganta... algo que ya casi tenía olvidado... complicado de explicar…
pero plácido a la vez... como si me aportara una inyección de vida y esperanza.
Me consta que fueron otros muchos a los
que dio algo con su nacimiento, porque es bien cierto que en este mundo de
infortunios, en que son frecuentes las circunstancias en que el destino no se
muestra esquivo en apalearte, cuando la alegría te sube a los ojos y te los
inunda es algo muy grande lo que lo provoca, y vi esas nubes en los ojos de
otros allí presentes que como yo, tuvieron la fortuna de sujetarla unos
instantes en sus brazos.
Gracias Adriana por venir al mundo...
por haber dejado, paciente, que mis cansadas manos te asieran.... gracias por
aportarme tu aliento para ayudarme a soportar la pendiente del camino...
gracias por dedicarme aquella mirada que sólo yo vi y entendí... gracias por
encender una luz entre tanta oscuridad... gracias Adriana... gracias y
bienvenida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario